Consecuencias del viento
El
rostro se agitó y se transformó con cada ráfaga. Primero fue uno frío y
silencioso, después otro y otro. Tantos como polvo y hojas hay en el viento que
siguió soplando hasta erosionarle la nariz, hasta gastarle los pómulos, hasta
dejarle la frente, desierta y árida.
Fue,
entonces, un ser sin cara, una nube apenas grisácea que tomaba una forma de
vida transitoria para luego ser otra y otra y otra más.
Y se
vio con pelo rubio, con pelo blanco.
Y se
vio calvo, narigudo y de ojos claros.
También
negro y ñato con la mirada oscura y con unos pelos hirsutos de perro salvaje.
Se
vio agitando la boca en gritos de ráfaga entre las chapas, de cueva vacía donde
rebota la fuerza del aire. Y nunca más pudo ser el mismo, siendo solo el dibujo
herido de un soplo que se enredaba en el calafate, en el agitar de la
superficie de los charcos, en el tronco, forzadamente inclinado, de un retoño
bajo el viento, que sigue soplando.
Soplando
y cambiándole el rostro, volándole los dientes, retorciéndole la lengua,
transformándolo en una cueva donde resonaban los fragmentos de millares de
historias olvidadas hace miles de años.
Perdió,
entonces, todos los amores que tenía, el de su madre, el de su padre, el de su
mujer y el de su hijo. Porque nadie ama a un rostro que es solo un soplido, que
es apenas una nube de rasgos deshilachados avanzando de oeste a este, rumbo al
mar como jarilla seca.
Y
como perdió sus amores, perdió también su nombre y su historia que fueron parte
del viento.
(Nunca pude continuar este texto, se rebeló a cualquier forma de desarrollo y ahí se quedo. rebelde)
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