Apagaron
Apagaron las luces. Apenas un resplandor de estrellas se colaba por la ventana cubierta con una cortina de un marrón oscuro. Comenzaron a perseguirse por el dormitorio, comenzaron a tocarse en las sombras, a revolcarse sobre la cama. No había nadie más en la casa, solo ellos jugando, con el final de sus infancias a cuestas. La puerta cerrada los aislaba de la cocina donde quedaba sobre la mesa lo cotidiano: los platos sucios de una cena breve, los vasos vacíos con un último resto de gaseosa, las migas del pan desparramadas en el mantel. Juan le había dicho a su hermana que limpiaría. -Levanta la mesa, por lo menos. Cuando vuelva, yo lavo- había pedido la joven antes de irse, dejándolos masticando la manzana del postre. Ambos conocían esos días y noches donde todos se marchaban. Todos menos ellos, dos jóvenes de doce años, flacos y torpes que se quedaban solos en una casa pequeña, humilde y vieja, apenas una guarida para soportar el viento. Afuera la noche esperaba para soltar sus fanta